Muy buenas a todos los lectores de este lamentable y apestoso blog. Hoy no he dormido muy bien, ¿la razón? Porque mi habitación carece de persianas. Ayer me acosté a las mil y quinientos y hoy, a las 10 de la mañana, estaba ya lamiendo el techo de tanto mirarlo. La luz no me permitía conciliar de nuevo el sueño, y me he tenido que joder. Tendré que, al igual que ya hice en Berlín, acostumbrarme de nuevo. Menos mal que después de comer, con la modorra, he caído a la cama en coma profundo, recuperando así parte de la energía necesaria para seguir relatando la terrorífica historia acerca de LA DELINEANTE. He de decir que este relato está generando en los lectores gran ansiedad e inquietud, tal y como me han expuesto personalmente algunos de ellos, y es por ello por el cual no quiero defraudar a nadie. Elevaré mi prosa a un nivel tan prominente, que provocará en vuestros cerebros un clímax explosivo de placer concentrado y se liberará una cantidad brutal jamás cuantificada de endorfinas que colapsarán vuestras neuronas y reventará vuestro hipotálamo en mil pedazos desintegrándose en el acto. Prosigamos pues:
Dios... tenía delante de mí a un auténtico Uruk-Ñú (criatura abominable resultante de un experimento fallido de Sauron, engendrada a partir del coito entre un Uruk-Hai y un Ñú africano). No podía imaginarme el estar trabajando el resto de mi contrato con un ser de similares características. Era un golpe anímico brutal, como una roca del tamaño de Júpiter que había caído sobre mi cabeza. Afortunadamente para mí, aquel día la Uruk-Ñú no me dirigió la palabra. Era al menos un ligerísimo alivio dentro del gran malestar (náuseas, vómitos y vahídos) que me estaba generando su mera presencia.
Muy bien, el segundo día llegó. Como todos los días, sonó el despertador, me levanté y fui hacia el cuarto de baño. De repente, un estímulo negativo recorrió todo mi cuerpo: me percaté de que en el trabajo iba a volver a ver a LA DELINEANTE. De modo que me senté en la taza del inodoro en busca de una solución que me pudiera librar de tal pesadilla. Las opciones eran:
1. Autolesionarme. La cantidad de días de baja laboral sería directamente proporcional a la gravedad de la lesión. Evidentemente, es una opción de mucho riesgo, pero, a cambio de la angustia y el desasosiego que provoca el estar tan cerca de un engendro infernal de lucifer tal como La Delineante, merecería la pena. Por ejemplo podría tirarme en plancha (ahí con todas las costillas) por las escaleras, reventarme el cráneo dándome cabezazos contra una barandilla de acero o meterme la secadora del pelo por el culo y encenderlo.
2. Ingerir una cantidad bestial de pastillas, cápsulas y supositorios de toda índole, de modo que todos juntos reaccionaran en mi organismo de forma violentérrima y me desmayara en el acto para, tras 10 minutos de viaje sideral, recuperar el conocimiento con la memoria completamente borrada. Así, iría al trabajo con toda la felicidad del mundo pero, una vez llegado allí, me encontraría de nuevo con la Uruk-Ñú, lo cual evocaría otra vez las sensaciones pestilentes y nauseabundas que el día anterior me habían atormentado. Esta solución provocaría que día tras día repitiera el proceso de ingestión de comprimidos, generando un círculo vicioso de continua supresión de recuerdos en mi cerebro. Esto destruiría a la larga mi masa encefálica, disminuyendo mi coeficiente intelectual a niveles equiparables a La Delineante, pudiendo así comunicarme con su especie a base de bramidos, muecas y sonidos guturales.
3. Meterme en internet esa misma mañana para comprar con mis escasos ahorros un vuelo a las islas Fiyi. Una vez en el avión, meterle mano a las azafatas (si están buenas) y sabotear los mandos del piloto para que la aeronave se estrelle en una isla desierta aún no descubierta por los seres humanos, y así convertirme en Jacob. Una vez en la isla, haría una selección de las azafatas más agraciadas utilizando sus cuerpos para crear una pequeña población. Debido al aislamiento de ésta con respecto al resto del mundo, las relaciones incestuosas y los problemas de consanguinidad estarían a la orden del día, degenerando la raza a seres retrasados y deformes. Es entonces cuando llevaríamos a La Delineante en un contenedor marino a la isla, para que, de este modo, pueda interaccionar con ellos y llevar así una vida plena.
La opción 3 era evidentemente la más viable y también la más altruista, porque así crearía un hábitat natural para La Delineante, donde podría disfrutar de la vida sin ser discriminada. Pero de tanto pensar opciones y soluciones, al final el tiempo se me echó encima, y debido a mi descomunal vagancia de poner en acción nuevos proyectos ilusionantes, no hice absolutamente nada. Era demasiado tarde y tenía que llegar al trabajo a una hora prudente.
Aquel día llegué al trabajo cabizbajo, sabiendo lo que me estaba esperando en mi despacho. Y cuando llegué, efectivamente ahí estaba ella, haciendo que trabajaba y sintiéndose parte de algo. Yo saludé con un escueto "hola", cuya respuesta fue un mugido, que interpreté como un saludo también. Me senté en mi mesa y comencé a autoconvencerme de que no era para tanto. Al fin y al cabo, no me hablaba, de modo que podía ignorar su presencia. Cada uno estaba a su bola, sin estorbarse el uno al otro y me parecía correcto. Lo único que tenía que hacer era evitar por todos los medios mirar por encima del monitor, donde el panorama era simplemente dantesco.
Sin embargo, a los pocos minutos comencé a escuchar sonidos extraños. No sabía de dónde procedían e intenté obviarlos, pero los sonidos eran persistentes. Yo no quería, pero era una situación de emergencia. Así que alcé la vista e intenté resistir ante la aterradora visión que tenía: era La Delineante, e intentaba comunicarse conmigo. Yo no entendía absolutamente nada, porque lo que mugía no era alemán. Tampoco era bávaro (dialecto frecuentemente hablado en la región) debido a que, aunque tampoco entienda este dialecto, sé cómo suena cuando la gente lo habla. De manera que, mientras ella no paraba de hacer sonidos y ruidos, empecé a recapacitar y reflexionar acerca del asunto y, tras escasos minutos, llegué a la conclusión de que era un lenguaje primitivo llamado URUK-ÑUÍNO. Finalmente tuve que cortar su discurso mediante un directo "no entiendo nada". Era cierto, no entendía un carajo de lo que me estaba contando y, también es verdad, no me interesaba una mierda lo que quisiese contarme. Ella respondió con un gruñido no muy cordial pero, al menos, cerró el hocico. Me dije a mí mismo, "Uffff, ya pasó, tranquilo, ya pasó". Tras varios días sin mucha interacción todo parecía normalizarse. Cada vez estaba más acostumbrado a su fealdad, de modo que ya había entrenado suficiente para suprimir mentalmente el horror que me provocaba este ser.
Sin embargo, un día las cosas se torcieron. El jefe vino hacia mí con un proyecto entre las manos. Yo no me olía nada bueno, y efectivamente, no era sólamente que no oliese bueno sino que el asunto realmente apestaba a mierda. Me dijo "por favor, termina este proyecto que empezó ayer La Delineante". El miedo comenzó instantáneamente a correr por mis venas. Mi cuerpo se estremecía del dolor interno que se estaba desatando en mi interior. Mi jefe me había hecho un auténtico "toma, te paso esta puta mierda porque a mí no me apetece nada". Cogí el proyecto, lo abrí, y observé con gran espanto el descalabro monumental que había montado La Delineante: los archivos de AutoCAD estaban configurados de una manera completamente diferente, haciendo imposible el poder trabajar correctamente con ellos. No sabía qué le pasaban a los menús, los botones no funcionaban como era debido y todo estaba alterado. Era un momento crucial. Tenía que empezar una comunicación con La Delineante, lo cual me provocaba auténtico pánico. No encontraba soluciones, la única era aprender Uruk-Ñuíno e intentar interaccionar con este ser. Nadie podría imaginar nunca lo que sucedió después...
Dios... tenía delante de mí a un auténtico Uruk-Ñú (criatura abominable resultante de un experimento fallido de Sauron, engendrada a partir del coito entre un Uruk-Hai y un Ñú africano). No podía imaginarme el estar trabajando el resto de mi contrato con un ser de similares características. Era un golpe anímico brutal, como una roca del tamaño de Júpiter que había caído sobre mi cabeza. Afortunadamente para mí, aquel día la Uruk-Ñú no me dirigió la palabra. Era al menos un ligerísimo alivio dentro del gran malestar (náuseas, vómitos y vahídos) que me estaba generando su mera presencia.
Muy bien, el segundo día llegó. Como todos los días, sonó el despertador, me levanté y fui hacia el cuarto de baño. De repente, un estímulo negativo recorrió todo mi cuerpo: me percaté de que en el trabajo iba a volver a ver a LA DELINEANTE. De modo que me senté en la taza del inodoro en busca de una solución que me pudiera librar de tal pesadilla. Las opciones eran:
1. Autolesionarme. La cantidad de días de baja laboral sería directamente proporcional a la gravedad de la lesión. Evidentemente, es una opción de mucho riesgo, pero, a cambio de la angustia y el desasosiego que provoca el estar tan cerca de un engendro infernal de lucifer tal como La Delineante, merecería la pena. Por ejemplo podría tirarme en plancha (ahí con todas las costillas) por las escaleras, reventarme el cráneo dándome cabezazos contra una barandilla de acero o meterme la secadora del pelo por el culo y encenderlo.
2. Ingerir una cantidad bestial de pastillas, cápsulas y supositorios de toda índole, de modo que todos juntos reaccionaran en mi organismo de forma violentérrima y me desmayara en el acto para, tras 10 minutos de viaje sideral, recuperar el conocimiento con la memoria completamente borrada. Así, iría al trabajo con toda la felicidad del mundo pero, una vez llegado allí, me encontraría de nuevo con la Uruk-Ñú, lo cual evocaría otra vez las sensaciones pestilentes y nauseabundas que el día anterior me habían atormentado. Esta solución provocaría que día tras día repitiera el proceso de ingestión de comprimidos, generando un círculo vicioso de continua supresión de recuerdos en mi cerebro. Esto destruiría a la larga mi masa encefálica, disminuyendo mi coeficiente intelectual a niveles equiparables a La Delineante, pudiendo así comunicarme con su especie a base de bramidos, muecas y sonidos guturales.
3. Meterme en internet esa misma mañana para comprar con mis escasos ahorros un vuelo a las islas Fiyi. Una vez en el avión, meterle mano a las azafatas (si están buenas) y sabotear los mandos del piloto para que la aeronave se estrelle en una isla desierta aún no descubierta por los seres humanos, y así convertirme en Jacob. Una vez en la isla, haría una selección de las azafatas más agraciadas utilizando sus cuerpos para crear una pequeña población. Debido al aislamiento de ésta con respecto al resto del mundo, las relaciones incestuosas y los problemas de consanguinidad estarían a la orden del día, degenerando la raza a seres retrasados y deformes. Es entonces cuando llevaríamos a La Delineante en un contenedor marino a la isla, para que, de este modo, pueda interaccionar con ellos y llevar así una vida plena.
La opción 3 era evidentemente la más viable y también la más altruista, porque así crearía un hábitat natural para La Delineante, donde podría disfrutar de la vida sin ser discriminada. Pero de tanto pensar opciones y soluciones, al final el tiempo se me echó encima, y debido a mi descomunal vagancia de poner en acción nuevos proyectos ilusionantes, no hice absolutamente nada. Era demasiado tarde y tenía que llegar al trabajo a una hora prudente.
Aquel día llegué al trabajo cabizbajo, sabiendo lo que me estaba esperando en mi despacho. Y cuando llegué, efectivamente ahí estaba ella, haciendo que trabajaba y sintiéndose parte de algo. Yo saludé con un escueto "hola", cuya respuesta fue un mugido, que interpreté como un saludo también. Me senté en mi mesa y comencé a autoconvencerme de que no era para tanto. Al fin y al cabo, no me hablaba, de modo que podía ignorar su presencia. Cada uno estaba a su bola, sin estorbarse el uno al otro y me parecía correcto. Lo único que tenía que hacer era evitar por todos los medios mirar por encima del monitor, donde el panorama era simplemente dantesco.
Sin embargo, a los pocos minutos comencé a escuchar sonidos extraños. No sabía de dónde procedían e intenté obviarlos, pero los sonidos eran persistentes. Yo no quería, pero era una situación de emergencia. Así que alcé la vista e intenté resistir ante la aterradora visión que tenía: era La Delineante, e intentaba comunicarse conmigo. Yo no entendía absolutamente nada, porque lo que mugía no era alemán. Tampoco era bávaro (dialecto frecuentemente hablado en la región) debido a que, aunque tampoco entienda este dialecto, sé cómo suena cuando la gente lo habla. De manera que, mientras ella no paraba de hacer sonidos y ruidos, empecé a recapacitar y reflexionar acerca del asunto y, tras escasos minutos, llegué a la conclusión de que era un lenguaje primitivo llamado URUK-ÑUÍNO. Finalmente tuve que cortar su discurso mediante un directo "no entiendo nada". Era cierto, no entendía un carajo de lo que me estaba contando y, también es verdad, no me interesaba una mierda lo que quisiese contarme. Ella respondió con un gruñido no muy cordial pero, al menos, cerró el hocico. Me dije a mí mismo, "Uffff, ya pasó, tranquilo, ya pasó". Tras varios días sin mucha interacción todo parecía normalizarse. Cada vez estaba más acostumbrado a su fealdad, de modo que ya había entrenado suficiente para suprimir mentalmente el horror que me provocaba este ser.
Sin embargo, un día las cosas se torcieron. El jefe vino hacia mí con un proyecto entre las manos. Yo no me olía nada bueno, y efectivamente, no era sólamente que no oliese bueno sino que el asunto realmente apestaba a mierda. Me dijo "por favor, termina este proyecto que empezó ayer La Delineante". El miedo comenzó instantáneamente a correr por mis venas. Mi cuerpo se estremecía del dolor interno que se estaba desatando en mi interior. Mi jefe me había hecho un auténtico "toma, te paso esta puta mierda porque a mí no me apetece nada". Cogí el proyecto, lo abrí, y observé con gran espanto el descalabro monumental que había montado La Delineante: los archivos de AutoCAD estaban configurados de una manera completamente diferente, haciendo imposible el poder trabajar correctamente con ellos. No sabía qué le pasaban a los menús, los botones no funcionaban como era debido y todo estaba alterado. Era un momento crucial. Tenía que empezar una comunicación con La Delineante, lo cual me provocaba auténtico pánico. No encontraba soluciones, la única era aprender Uruk-Ñuíno e intentar interaccionar con este ser. Nadie podría imaginar nunca lo que sucedió después...
Continuará...
Muy bien, estoy reventado de escribir. Esta vez le he metido un buen turbo a la historia, y he tenido que hacer incluso pausas para descansar entre párrafo y párrafo. Preparad vuestras mentes para la siguiente entrada, que no tendrá desperdicio. Me despido de todos ustedes con un cordial saludo. Servus.